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Un embalse para una leyenda convertida en tragedia

A mediados del siglo XX en plena dictadura franquista se desarrolla el conocido Plan Hidrológico Nacional que pretendía regular y repartir la gran cantidad de agua que se desaprovechaba en todo el territorio para así cubrir las necesidades sanitarias y domésticas de la población. Recuérdese que España se encuentra aislada de Europa y la escasez de energía para el aumento de la población empieza a preocupar.

Se necesitaba apoyo financiero para llevar a cabo estas enormes obras y el gobierno contaba con la colaboración y respaldo de las eléctricas para posteriormente rentabilizar los embalses que no solo abastecerían reservas de agua para la población sino también extraer energía hidráulica y eléctrica a través de sus turbinas. En este sentido, no es de extrañar que España sea el cuarto país del mundo y el primero en la Unión Europea con un mayor número de embalses, que se computan en unos 1300.

Es obvio que debido a la orografía abrupta y complicada del territorio de Galicia, la presencia de presas y anegamientos de tierras es mayor que en el resto de España. A la cabeza está A Ribeira Sacra en la confluencia entre el río Sil y el Miño a su paso por Os Peares, entre las provincias de Ourense y Lugo. Su construcción se inició en 1947 y fue inaugurado en 1955.

Así ocurrió con multitud de zonas que se vieron afectadas por las decisiones gubernamentales y empresariales sobre tales construcciones sin consultar con la población que realmente se vería perjudicada mientras que en muchas otros lugares se acogieron con satisfacción y aquí entramos en la frontera entre Galicia y Castilla y León, en la comarca de Sanabria, provincia de Zamora. Ante nuestra atenta mirada, el majestuoso Lago de Sanabria discurre por la carretera hasta Ribadelago Nuevo. El nombre ya nos hace pensar que hubo uno “viejo” o algo similar. Pronto descubriremos el porqué.

La leyenda cuenta de un peregrino que hizo descanso en Villaverde de Lucerna, supuesto lugar que hoy ocupa el Lago. Nadie atendió a ese peregrino por lo que conjuró una maldición y anegó el pueblo. Las aguas brotaron del bastón. «Aquí hundo mi bastón, aquí salga un gargallón». A simple vista, como cualquier otra leyenda que nos puedan contar y más en estos parajes aldeanos. Lo peor no es eso, lo peor es visualizar un Ribadelago Nuevo (viviendas de tipo adosado) impropio para ese lugar de montaña, sin duda nos indica que algo ha ocurrido. La carretera termina en un pueblo que pone Ribadelago Viejo. ¿Por qué Viejo? He aquí la leyenda convertida en tragedia. No preguntamos, solo observamos una Iglesia derruida como por un seísmo, casas nuevas sobre muros viejos y bases de cuadras de animales con tumbas de seres humanos. Parece que un monumento de bronce al final del pueblo de una anciana y un bebé en sus brazos, nos quieren contar lo sucedido.

La leyenda se sitúa hace siglos, pero la tragedia hace sólo 58 años. En 1957 se finalizó la construcción de una de las presas que alimenta a la central hidroeléctrica de Moncabril, al pie del Lago de Sanabria, aún hoy en funcionamiento.

En 1959, la gélida madrugada del 9 de enero, debido al deshielo y lluvias persistentes de días atrás, la presa de Vega de Tera alcanzó su cota máxima. Por seguridad se intentó abrir el aliviadero y liberar agua. Al no ser capaces, sin previo aviso 140 metros de muro de la presa se rompieron dejando libre el descenso por el cañón del río Tera que desemboca en el Lago y en el pueblo, a ocho millones de metros cúbicos de agua. La rapidez con la que el agua llegó al pueblo en apenas diez minutos hizo temblar la tierra. Casas, familias, animales y todo lo que era vulnerable a tal fuerza se vio arrastrado al Lago sembrando el lamento en la fría noche.

No es igual informarse de esta catástrofe así como de muchas otras, a través de libros o documentales al hecho de que unos ancianos relaten con dolor ese momento.

¿Qué podemos decir? Mucha agua y no fue capaz de soportar esa presión. También que el pueblo debería haber sido emplazado como otros embalses pese a no ser inundado. Parece que la leyenda antes comentada se corresponde con la realidad. Todos esas hipótesis casan con lo sucedido y tienen sentido. Esta comunidad no imaginada no es parte directa de la construcción del embalse de Vega de Tera pero sí lo es por la catástrofe provocada por él. Antes del embalse era el típico pueblo de cuatro lugareños ajeno a la civilización, abandonado por el progreso que España quería levantar de una vez por todas tras la Guerra Civil y con el embalse tuvo una parte de beneficio que fue el empleo masivo de sus habitantes en la construcción de la presa. No imaginado lo fue después cuando las aguas lo arrasaron y quedó sumido en la soledad, con su gente en la gran tumba que es el Lago y en apenas veintiocho cuerpos recuperados de los 144.

Nos causa irritación la mirada perdida de sus pocos habitantes hoy en día como si le hubieran arrancado lo poco que tenían hace cincuenta y ocho años. Un anciano apoyado en el marco de su garaje, intenta mostrarnos con su mano el cañón por el cual descendió el monstruo de agua. No nos es fácil entender lo que dice, es un cúmulo de frases inconexas y se observa que eso mismo se lo cuenta a muchos otros curiosos o turistas que visitan la zona bien sea por el Lago o por conocer la historia de la tragedia.

Hay una cosa que consideramos muy positiva y es el hecho de que esta gente es conocedora de cómo se construyó la presa y no salimos de nuestro asombro al escuchar que por la desidia y prisas por acabar cuanto antes, sus muros de hormigón y mampostería aceptaban desde piedras de todo tipo, arena, maderas, árboles rotos, hierros… creando en nuestra mente una imagen obscena de lo que debe ser una presa. «¿Cómo no iba a romper?»--dice el hombre, añadiendo que los obreros eran simples campesinos contratados por una miseria. El reflejo de Franco inaugurando pantanos lo llevamos de la mano pero estas palabras enturbian ese proceso de grandiosidad hidráulica llevándonos a la pregunta que si los demás embalses son de este tipo, ¿cuántos Ribadelago se podrían producir?

Tenemos una clara diferencia en este suceso ya que este pueblo acogió la presa de Vega de Tera como un incentivo para su crecimiento y modernización frente a lo que estamos acostumbrados a ver como por ejemplo en Portomarín o Castrelo de Miño que fueron aldeas emplazadas por obligación con unas compensaciones económicas ridículas. La comunidad no imaginada no llegó con la construcción del embalse como en muchos otros, sino después, fue post-embalse. El panorama de desamparo de la comunidad tras el desastre sí la convirtió en no imaginada.

La gente nunca pensó en tal tragedia pero sí era conocedora de la pésima construcción de la presa. Las responsabilidades de los ingenieros y personal de la Hidroeléctrica de Moncabril fue llevada a juicio con unas condenas de cárcel y de dinero lamentables que nunca llegaron a cumplir. El régimen, como estamos acostumbrados a escuchar, ocultó verdades transformando todo en un simple accidente. Accidente es la palabra que estos vecinos nos piden que no pronunciemos, afirman que si no pasaba eso sería «porque Dios no lo quería». Crónica sin duda, de una muerte anunciada. Crónica de una leyenda convertida esa noche en tragedia.

Respecto a las ayudas, las indemnizaciones nos hielan la sangre, pues según nos relatan, los peritos evaluaban los daños y contabilizaban cruelmente la vida de personas menores de veinticinco años por veinticinco mil pesetas, las mujeres, sesenta mil y los hombres noventa mil. La desigualdad y ruindad se hacía notar. Vergonzoso no solo por el hecho de que apenas tenían nada sino por ser considerados como cabezas de ganado perdidas.

Este es un paisaje más marcado por la historia de un embalse que pudo haber funcionado con normalidad como muchos otros y simplemente podríamos analizar el impacto social y ambiental que produciría pero el afán de ganar tiempo y rentabilidad marcó las bases de la tragedia.

Rob Nixon, en su obra Slow Violence and the Environmentalism of the Poor, argumenta que estas construcciones provocan alteraciones en el terreno y en la sociedad, representan una violencia lenta, gradual y poco visible, que avanza muy despacio en el tiempo y espacio, pero sigue su curso. Cualquier construcción se basa en producir comunidades imaginadas y a la vez, queramos o no, se crean comunidades no imaginadas. No se refiere a comunidades más allá de fronteras nacionales sino que son no imaginadas dentro de su propio estado. Se desplazan física e imaginariamente. Se intenta ocultar a esas comunidades degradadas socialmente y solo se contempla el enriquecimiento y mejora de la imaginada. Nixon (2011, 150-152) aclara que el hecho de atribuirse una bandera por el desarrollo causa esa expulsión, se maneja a esas personas como títeres de teatro y quedan a merced del progreso pero sin él. Un querer y no poder. Lo achaca, sin duda, al producto de la globalización y recurre al término «refugiados del desarrollo» acuñado por el antropólogo Thayer Scudder. A estas personas desplazadas se les obliga a vivir en núcleos más urbanos, a formar parte de una emigración inesperada. Se trata de una forma más de exterminio de una población sin producir muertes físicas pero sí un cambio drástico en su vida.

Si pensamos en el término «refugiados del desarrollo», Rebecca Solnit, en Savage Dreams, refiere el concepto de uninhabitant (no-habitante) a los territorios vacíos, aislados y desculturizados que provocan estos fenómenos del progreso. Se convierte en víctimas de un proyecto nacional a las personas. Una gran crueldad inhumana que Nixon resalta con las palabras de unos ingenieros y gobernantes que pese a tratarse de Guatemala y sus embalses, puede también aplicarse aquí al declarar que los tramos que se estudian para el proyecto tienen poca población, como dando a entender que es insignificante el daño a causar con las construcciones de las presas.

¿Qué decisiones se deberían tomar antes de realizar estas obras faraónicas y respetar en la mayor medida la vida de los habitantes afectados? La respuesta es difícil sobre todo a la hora de analizar las diferentes formas de vida de los habitantes de esas zonas si se compara ahora la tragedia de Ribadelago con ciertos embalses aún activos en Galicia y que son conocidos por el emplazamiento de sus poblaciones.

Ribadelago, únicamente se diferencia del resto en que no surgió una comunidad no imaginada antes de la catástrofe, sino después, ya que el enriquecimiento y progreso del pueblo no localizado en la presa pero sí afectado por su construcción fue notorio y nadie lo rechazó. Posteriormente, con la tragedia, la comunidad sí fue no imaginada ante el mundo y el estado, aislada y sumida en la pobreza y desesperación. Trajo consigo una obligada emigración a núcleos más urbanos, como Puebla de Sanabria o Zamora, que según nos contaban los aldeanos adquirieron nuevas vidas y quienes se mantuvieron reacios al abandono de sus casas fue por amor a su tierra, ya que por las ayudas y lealtad, el Estado no destacaba.

Por tanto, siempre va a existir una comunidad afectada que sufrirá un cambio en su vida y su historia se verá truncada por las aguas y la redistribución del pueblo jamás tendrá la misma caracterización. Ejemplos como el embalse de Belesar, en el río Miño, cuyo pueblo de Portomarín ha quedado oculto bajo las aguas teniendo que ser resituado en el Portomarín Nuevo. La obra realizada por FENOSA (Fuerzas Eléctricas del Noroeste Sociedad Anónima) contó con la aprobación de Franco y la aportación efímera de riqueza durante al menos cinco años a la comarca por los casi cinco mil obreros que allí operaban.

Identificamos, a través de un programa de televisión, el documental Asolagados, en el que relatan los vecinos de los diferentes pueblos afectados por la crecida de las aguas del embalse de Belesar las penurias que muchas familias pasaron y tardaron en rehacer sus vidas a costa de la inundación. Cultivos, vides y pastos sucumbieron ante las aguas y se identificaron como bien citábamos anteriormente, marginados y aislados de la sociedad que a su costa se beneficiaría.

La pregunta de uno de esos vecinos en el documental es compartida por nosotros: «¿las obras que supuestamente mejoran la calidad de vida, deben llevarse consigo lo que le pertenece a otro individuo?» Ahora, pensando en esto, entendemos el porqué de que haya nacido una literatura gallega de los embalses o de otras formas de generar energía que, estamos completamente seguros, siempre la modernización hará mella en unos pocos para generar progreso al resto. Reiteramos, ¿es posible no enfrentarse a las aguas y dejar que sean las mismas las que nos desplacen? El panorama sería muy distinto si nos tocase a nosotros vivir quizá, en el lugar menos apropiado.

Obras citadas

  • Nixon, Rob. 2011. Slow Violence and the Environmentalism of the Poor. Cambridge, MA: Harvard UP.

  • Radio Televisión de Galicia. 2013. Asolagados.

  • Solnit, Rebecca. 2014. Savage Dreams: A Journey into the Hidden Wars of the American West. 20ª ed. Berkeley: U of California P.

Referencia: Piñeiro Castro, Juan José. 2017. «Un embalse para una leyenda convertida en tragedia». Caderno de bitácora EcoLab.gal, 11 de marzo. Web <https://laboratoriodeecocr.wixsite.com/ecolabgal/single-post/2013/05/01/This-is-the-title-of-your-first-blog-post>.

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